Sobre España y fonética

Me mudé a Madrid en septiembre del año pasado. Los meses que han transcurrido desde que llegué han sido bastante intensos. Me he dado cuenta de que Madrid es una ciudad. Sin más y sin menos. Grande, diversa e inabarcable. Como cualquier otra ciudad, imagino. No obstante, Madrid tiene su propia forma de ser única. Se parece bastante a otras ciudades en las que he vivido, pero también es profundamente diferente de todas ellas. Sea como fuere, llevo varios meses en Madrid y ya les voy poniendo cara y cuerpo a las calles que, en un principio, eran solo paradas de metro.

La historia que vengo a contar empezó hace un par de semanas. Estaba en casa charlando con mis compañeros de piso, que son madrileños —pero no gatos—, y les comentaba que no conocía nada del sur de Madrid: solo había llegado hasta Legazpi. En ese momento, uno de ellos me pidió, sin ocultar su confusión, que repitiera lo que acababa de explicarles: «nada, eso, que por debajo de Legazpi no conozco nada». Legazpi es un barrio bastante céntrico; está más bien tirando hacia el sur, pero tal vez no se pueda definir como «el sur de Madrid».

Resulta que a mi compañero de piso no le habían extrañado mis escasos conocimientos sobre la geografía capitalina. Lo que le sorprendió es cómo había pronunciado el nombre del barrio. Yo le expliqué que Legazpi tenía mucha pinta de venir del euskera; como en euskera la «z» suena más bien como una «s», entonces Legazpi tendría que pronunciarse más bien «Legaspi». Estuvimos conversando largo y tendido y llegamos a dos conclusiones. La primera es que él, como madrileño, iba a seguir pronunciando Legazpi «a la madrileña» para que nadie se riese de él o lo tachase de querer «ir de vasco». La segunda es que yo, como no madrileño, iba a seguir pronunciando Legazpi a mi manera porque meter ahí la «z» con calzador me suena «mazo» a niño que necesita una visitilla al logopeda.

A lo largo de los días he repetido la pregunta al resto de mis amigos que han crecido en Madrid y todos coinciden en lo mismo: de toda la vida «Legazpi» se pronuncia «Legazpi» y lleva una buena «z». No se trata de una decisión deliberada ni de una reivindicación política; simplemente, en el español que se habla en Madrid la «z» suena a «z» y punto. ¿Cómo iban ellos a saber que «Legazpi» viene del euskera o cómo funciona la fonética de una lengua que no conocen? La verdad es que es una pregunta bastante interesante. Yo nunca he aprendido euskera, más allá de los números: mi pueblo se inundaba de vascos en verano y, cuando jugábamos al baloncesto, nos encantaba cantar las puntuaciones en las dos lenguas (mi número favorito es «hamaika» porque se parece a «Jamaica»). Aun así, al haber estudiado idiomas en la uni, probablemente haya desarrollado un poco de intuición lingüística. «Intuición lingüística» suena bien como concepto.

Ahora bien, resulta completamente normal que la gente de la meseta que no hable euskera lea «Legazpi» y decida seguir las normas fonéticas del español de Madrid. Y si encima todo el mundo lo pronuncia igual, pues entonces está todo el «pescao» vendido: en Madrid «Legazpi» se dice «a la madrileña» y no hay más que hablar. Ojalá todos los problemas fueran así de graves.

A mí, sin embargo, me queda la espinita de pensar que da un poco de pena. Da un poco de pena porque todo el mundo sabe que «Carrefour» es «Carrefur», y que «Facebook» es «Feisbuk», y que «Pull & Bear» es «Pulanber», y que «Google» es «Guguel». Se entiende el patrón. Y no necesitamos hablar alemán ni italiano para identificar que una palabra está en alemán o en italiano. Nos hemos empapado de la cultura ajena, de las lenguas ajenas y de las fonéticas ajenas, y nos hemos olvidado por completo de conocer lo que tenemos dentro de las fronteras de nuestro país.

Se tiende a aducir que las lenguas que se hablan en España son minoritarias o que no resultan tan útiles como los grandes idiomas del mundo. Tal vez todo sea un poco relativo. El sistema educativo no fomenta en absoluto que se comparta entre regiones o comunidades autónomas. Aprendemos de España en general, pero no de España en particular. Supongo que aprender de la España particular no sirve para encontrar un trabajo que dé de comer. No obstante, conozco puñados de personas que han estudiado inglés durante años y no saben juntar más de tres palabras para formar una oración; han estudiado francés y solo recuerdan «je m’appelle» y «voulez-vous coucher avec moi ce soir ?». ¿Acaso no es esto un reflejo cristalino de años de aprendizaje que no han dejado poso? ¿Tanta desgracia habría sido que se les hubiera enseñado un poco de euskera, gallego o catalán? ¿Todo lo que hacemos y aprendemos ha de ser eficiente y práctico?

Solamente en ocho de cada diez hogares españoles se habla el castellano como lengua mayoritaria en el día a día. En el resto se habla gallego, catalán, euskera, valenciano, leonés y muchos otros idiomas de dentro y de fuera de nuestro país. ¿De verdad es normal que los niños no aprendan ni un poquito sobre las culturas y las lenguas de España? ¿De verdad es normal que seamos tan profundamente ignorantes acerca de lo que albergan nuestras fronteras? ¿Acaso conocer más sobre el resto de los españoles no nos ayudaría a confraternizar y estar más unidos como pueblo?

Parece que, hoy por hoy, la única solución ante la falta de estos conocimientos es que cada uno, individualmente, realice el esfuerzo de interesarse más por lo que tenemos en nuestro país. Muchos nos jactamos de amar España y eso, según mi parecer, está genial. Ahora bien, tal vez quien más ama España no es quien más fuerte lo grita o quien más alto enarbola la bandera, sino quien más cultiva el apetito de conocer toda la riqueza que se extiende por los rincones de nuestro país.

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